lunes, 31 de mayo de 2010

La verdad (Patricio Perkins)

Me gustaría decir algo sobre la verdad tal como la experimento actuando –tomando el desafío de Martín de pensar algo desde la experiencia, no desde lo que pensaron otros–.
Me parece un desafío fantástico, porque si repito algo que dijeron otros sin verificarlo en la experiencia, estoy en definitiva, evitando pensar por mi mismo. Y es lo más común…
La primera experiencia a la que enlazo la palabra ‘verdad’ es aquella que me da una solución al problema de mi origen y mi destino de hombre, sea una solución que presiento sutilmente o una solución que me enfrenta claramente. En otras palabras, digo “¡encontré una verdad!” cuando me encuentro con algo que responde a mis preguntas más grandes (¿por qué existo? ¿hay alguna certeza en la vida? ¿qué es amar?).
Otro rasgo con el que evalúo si algo es verdadero o no, es si abraza todos los factores en juego dentro del problema. Por ejemplo, si abraza todo lo humano que soy, todas mis preguntas, todo mi libertad; abraza, aclara y, por sobre todo, me da una certeza firme, como pisar sobre tierra que no se mueve. Si llego a una verdad la experimento como si fuese una roca, firme incluso en las tormentas. Entonces, encuentro algo verdadero, si afirma las cosas según la totalidad de sus factores, sin tapar ninguno. Especialmente sin tapar la posibilidad de que la realidad me sorprenda y corrija. Tener una verdad es como tener la solución a un problema; decir una verdad es como acercar la solución de un problema.
Otra cosa que pienso al decir ‘verdad’ es verificación: si no puedo verificarla, no la considero una verdad. Si la afirmo, sin haberla verificado, es una opinión, en el peor de los casos, una ideología.
En breve, me parece que verdad y experiencia van juntas: algo es verdadero cuando lo pruebo y comprendo la relación que tiene con mis preguntas últimas.

p.d. me parece importante diferenciar ‘problema’ de ‘duda’: los problemas surgen en la relación con la realidad, tener un problema, es no saber la respuesta a algo; dudar es poner un obstáculo delante de algo: delante de un deseo, de una evidencia o de una pregunta. De un problema, nace una aventura; la duda sólo inmoviliza, nos hace pequeños.

domingo, 30 de mayo de 2010

¿Qué es la Verdad? (Martín Grassi)

Ante la pregunta por lo que sea la verdad, surge una primera objeción que es la que apunta a la posibilidad misma de la verdad: ¿acaso no es necesario saber que la verdad es de algún modo antes de poder afirmar lo que ella sea? Sin embargo, ya el preguntar sobre la verdad supone la realidad de la verdad, puesto que si dicha pregunta es vana o superflua, pues es verdad que la verdad no existe, lo cual es a las claras una contradicción. El caso de la pregunta por la verdad es análogo al de la pregunta por el ser, en tanto que ya estamos inmersos antes de cualquier interrogación tanto en el ser como en la verdad: si alguno de los dos faltase, entonces no habría pensamiento o interrogación posible.
Pero la pregunta central no es aquí si la verdad es, sino qué es la verdad. Y es aquí donde el pensamiento empieza a naufragar. Pero habría que preguntarnos, antes de avanzar sobre este terreno tan empantanado, si preguntar –como Pilato- qué es la verdad, es una pregunta válida. El silencio del Cristo pudiera ser el gesto de una desaprobación de la pregunta misma, que más bien busca excusarse de la Verdad que dirigirse a Ella. Es decir, cuando preguntamos qué es la verdad no preguntamos acerca de alguna verdad particular, como cuando preguntamos ¿es verdad que...?, sino más bien preguntamos por aquello que hace de toda verdad particular una verdad. Ahora bien, ¿puede considerarse como algo objetivo o definido aquello que es condición de posibilidad de toda objetivación y definición? O, análogamente, ¿podemos preguntar de qué color es la luz cuando no es reflejada por ningún cuerpo? Pareciera que cuando preguntamos por lo que es la Verdad, dejamos de preguntarnos por la Verdad, puesto que la consideramos como un ente más del mundo. Pero tampoco parece convencer el hecho de que sea una forma lógica o una estructura del pensamiento, en tanto que lo que hace que algo sea verdadero en concreto no puede ser algo absolutamente abstracto. De ser así, podríamos acceder a todas las verdades del mundo y de uno mismo por un análisis y un desarrollo de los principios lógicos, como si se tratara de construir una geometría de los seres y del ser.
Más bien, me parece que la Verdad está hermanada con el Ser, en tanto que en ambos nos movemos y vivimos, sin entender ni un poco lo que ellos sean. Aun así, tanto el Ser como la Verdad, en tanto que atmósfera de la vida existencial, no pueden ser de ningún modo algo que depende de cada uno tomado en su relatividad histórico-social, y, en este sentido, no creo que cada uno tenga su verdad, así como se tiene un instrumento a la mano. La condición que antes nos prohibía saber lo que sea la verdad, nos obliga a no considerarla como una cierta posesión. Lo mismo puede ser dicho al nivel cultural, como cuando se dice que cada civilización ostentaba una verdad distinta. Tal enfoque me parece además perder el peso existencial de la verdad auténtica, que es tal que hasta puede solicitar mi propia vida en favor de su defensa. Pues la Verdad sólo puede realizarse en la propia vida, así como se realiza una vocación o una exigencia a ser que nos es propio. Y esta misma atestación del valor de la verdad, me lleva a pensar que la verdad se revela en la comunión misma con el otro, es decir, que la verdad sólo es posible cuando hay junto a mí otro existente que me solicita y al cual estoy ob-ligado a responder, pues solo en la comunidad puedo llegar a ser alguien.
De alguna forma, el amor es la verdad, o la verdad es el amor. Toda diferencia cultural o dóxica queda en un segundo plano cuando amamos a quien delante tenemos, y la verdad que se identifica con el ser mismo en tanto que constituyen ambos el ámbito ontológico o la condición de nuestra existencia, no es sino el reconocimiento del valor del otro para mí y de mí mismo para el otro. Así como el punto de partida y fundamento del filosofar era en mi opinión la paradoja existencial, así la verdad que permite tal reconocimiento es que yo no me identifico ni con el Ser ni con la Verdad. Ambos tienen la forma de una exigencia: una exigencia a que cada uno sea, y que cada uno sea de modo auténtico, en su verdad de existente. Y más allá de las formas culturales y de los lenguajes, el amor es la única realidad que, por ser íntimamente vivida y por constituirnos como los existentes que somos en el nosotros de la comunidad amorosa, nos revela la verdad y la infinitud de su realidad. Pero esta cuestión debe ser retomada desde los análisis del amor y de la identidad del existente. En todo caso, lo que parece ser cierto sin necesidad de estos análisis es que la verdad es la afirmación de la paradoja existencial, por la cual debo afirmar que vivo en la Verdad en tanto que estoy infinitamente lejos de aprehenderla, y así que la Verdad es ante todo exigencia de Verdad. Esta paradoja, a la vez, nos obliga a afirmar que vivimos en la verdad tanto como en la no-verdad, y así la irrealidad y la mentira son también partes fundamentales de nuestra vida reflexiva. De algún modo, siempre estamos en presencia de la mentira, tendiendo a superarla por la atestación de una verdad que la descubre como tal aunque ésta no se nos dé objetivamente. Así, la mentira es siempre objetiva, mientras que la Verdad es aquello que hace del objeto algo verdadero, aunque ella misma no se nos ofrezca intelectivamente. De allí que sea exigencia y no cosa, y de allí que se refiera siempre a lo infinito, propio de lo que se presenta en el amor, y por lo cual cualquier intento de aprehender como una totalidad cerrada a una persona aparece como falso o ilusorio. La verdad empuja con la fuerza del amor a abandonar como definitiva cualquier concepción o imagen que tengamos de lo real, en tanto que alberga la infinitud y el misterio de ser, infinitud y misterio que se revela de modo privilegiado en el amor entre las personas, pero que también se revela en nuestro encuentro desprejuiciado y cándido con las cosas del mundo, encuentro impedido por el afán cotidiano de la supervivencia, y que la poesía y el arte buscan restablecer.

jueves, 20 de mayo de 2010

El Bicentenario (Erika Hansen)

¿Que es el 25 de Mayo? ¿A quién le importa? ¿Por qué he de festejarlo? ¿Soy un tarado si digo que me importa? Qué difícil es expresarme sin que me juzguen, pero como Sócrates profesaba la ignorancia de todo, yo profeso que tampoco lo sé todo pero que lo que sé lo expreso para equivocarme y así aprender.

El 25 de Mayo no hacemos más que festejar LA Revolución de nuestro país, ¿tan difícil es de entender? Se que no es cool, moderno o hasta original decir: “sí, la verdad está bueno festejar el bicentenario”. Qué loco que un par de chabones como Belgrano, Saavedra, Rodríguez Peña, Paso y muchos más se la jugaron por nosotros. Sí, se la jugaron, dieron a conocer lo que pensaban, lo que querían y lo que idealizaban de por nuestro país. Es verdad, seguramente no es lo que vivimos hoy, tanta injusticia, tanta impunidad y tanto desarraigo por nuestra patria. Pero ¿por qué no intentar hacer lo mismo? ¿Por qué no idealizar un lugar seguro, lleno de vida y amor? Sí, por ahí es hippie, pero creo que en eso Dios está conmigo. No podemos hacer nada sin amor, ¿qué sentimiento vamos a despertar si primero no queremos y creemos lo que estamos defendiendo? Defendemos lo nuestro, lo que nos parece justo; defendemos lo mismo que defendían ellos: un país mejor.

Por suerte el 25 de Mayo de 1810 un par de patriotas unieron sus voces para decir: “SÍ CREEMOS”. ¿Por qué no conmemorar eso y, en definitiva, hacer lo mismo?

domingo, 2 de mayo de 2010

La paradoja como punto de partida del filosofar (Martín Grassi)

¿Cuál es el punto de partida del filosofar? Creo que habría que delimitar primero lo que significa la expresión "punto de partida" al aplicarlo a la filosofía. La "partida" supone siempre un estado inicial de reposo, a partir del cual se inicia un determinado movimiento. Pero dado que los movimientos pueden ser varios, también los puntos de partida parecen ser más de uno. Lo importante es, quizá, señalar la profunda implicación entre movimiento y punto de partida: uno y otro se definen mutuamente, puesto que un cierto movimiento exige un cierto punto de partida, así como un cierto punto de partida marcará un determinado movimiento. En el caso de la filosofía, podemos pensar en movimientos varios: el movimiento lógico del pensamiento, el movimiento existencial del filósofo, el movimiento histórico del pensamiento tomado en sus figuras históricas concretas. Así, habría -al menos- tres puntos de partida: 1)el principio de identidad, a partir del cual se genera la labor lógica del pensamiento; 2) la "crisis" (en su sentido más amplio, como quiebre o ruptura, pero también como oportunidad) del existente, que busca sanar su desequilibrio; 3) la tradición cultural de la cual nos servimos inevitablemente para plantear las preguntas, así como también para esbozar sus posibles respuestas.
Sin embargo, ninguno de estos puntos de partida se dan de un modo puro al hombre, como si fueran meramente dados a nosotros -como si se nos colocara en la primera casilla de un juego de mesa. Más bien, estos puntos ya implican nuestro movimiento mismo, el movimiento de cada quien, cosiderado como existente singular y único. El principio de identidad es tan sólo una formulación abstracta de un movimiento existencial que busca siempre la unidad y el equilibrio de sí y de lo otro, lo cual es propio también de la "crisis", en la cual nos reflejamos como incompletos, pero también propio de la cultura en tanto camino siempre inacabado y vuelto a emprender por la originalidad de cada uno. Y he aquí, creo, lo central: el movimiento de la filosofía -y, por tanto, su punto de partida- es uno y el mismo: el ser que busca el ser. Pero este movimiento es justamente el de la paradoja: es tan cierto decir que somos como decir que no somos. No es que el principio de identidad se quibre, sino que el Ser no se presenta nunca como algo acabado a nosotros, ni en su ser-sujeto que realizamos, ni en su ser-objeto de pensamiento (y aún esta doble caracterización falsea al mismo Ser, que trasciende las mismas categorías de sujeto y objeto). El Ser parece más bien una invitación a una realización. Y aquí parece ser verdad que solo buscamos aquello que ya hemos encontrado de algún modo. La paradoja es el corazón de la filosofía, paradoja que se encuentra ya en su punto de partida, que es, al mismo tiempo, movimiento. No hay un "punto cero" de la filosofía, la filosofía es "ya-siempre-camino", y esto porque ya el Ser se presenta antes de ser cuestionado y aparece gracias a su ser cuestionado. Claro que este camino se ilumina en la toma de conciencia de la paradoja y de sus momentos, pero creo que se falseará todo filosofar si nos atenemos tan sólo a los productos abstratos de este movimiento tomados como absolutos, es decir, como independientes del movimiento o como "anteriores" al movimiento. Me parece una concepción demasiado mecanicista y naturalista (técnica, en una palabra) la de pensar que un punto de partida es un estado puro de posibilidad que necesita ser actualizado, como si fuera el primer eslabón de una cadena que significa la construcción pura y diáfana, transparente a sí misma, de un filosofar. Más bien, la filosofía me parece más cercana al arte que a la geometría, por su caracter paradojal. Y la paradoja nos abre ya a lo Otro frente a lo cual nos situamos y que nos define por dentro, y que es uno de los lados del corazón de la paradoja (el uno atravesado por lo otro, el ser atravesado por la nada, el movimiento atravesado por el reposo, y todas estas puestas a la inversa). Y este Otro se presenta en su ser exigencia existencial de ser y no como objeto a definir. De este modo, el punto de partida de la filosofía -que se asimila al movimiento del existente en el seno del Ser- es a la vez de carácter especulativo y ético. Que el ser sea y no sea a un tiempo ante nosotros, es la certeza que fundamenta y pone en marcha el movimiento todo del filosofar.

El punto de partida de la filosofía (Rodrigo San Martín)

El hombre tiene la capacidad de razonar, una capacidad que lo lleva a pensar y dudar. Ante la presencia de una duda, el hombre se entusiasma por conocer aquello que le intriga y lograr despojarse de su incertidumbre. Lo que sucede es que al quitarse de encima una duda inevitablemente surgirá otra, y luego otra, y luego otra. Es así como el hombre se encuentra atosigado por las dudas y ello lo lleva a querer conocer más y más. Es por ello que el hombre filosofa, porque se encuentra en un estado de duda constante que lo conduce al razonamiento y el pensamiento. Así surge la filosofía, como una herramienta indispensable del hombre para buscar el conocimiento de aquello que desconoce y le entusiasma conocer.