domingo, 9 de septiembre de 2012

La jaula de la filosofía: (Des)encuentros


Partamos de la base que todos los hombres somo filósofos; claro que para acordar en ese tipo de juicio, antes debamos consensuar en el significado de la palabra “filosofía”. Sin ponernos demasiado meticulosos y sin ser escolares, podríamos estar de acuerdo en decir que la filosofía es el modo reflexivo que tenemos de comprender la propia vida, en el sentido más total del término, es decir, sin dejar de lado ninguna de sus manifestaciones. De ser así, la filosofía es la manera en que la vida se expresa a sí misma con el arsenal conceptual y simbólico que está a nuestra disposición como hombres de una época y de una cultura. La vida, pues, se revela a sí misma en nuestra cotidianeidad y solicita ser comprendida, aún cuando tengamos la conciencia clara de que la vida es inefable en su acontecer: la reflexión y la palabra llegan siempre demasiado tarde a la epifanía del acontecimiento. Pero las cenizas del fuego aún están prendidas, las huellas del paso firme de la vida aún impresas... y no podemos quedarnos en la duda de quién haya sido el que avivo las brasas, o el que camino mis caminos. A pregunta por el sentido de la vida aparece sin más, sin pedir permiso, sin desempolvarse las sandalias frente a la entrada; no entra con nuestro permiso, irrumpe.
En nuestros corazones late el torrente del sentido, en todo hombre que se digne de ser tal corre la sangre del sentido. Y en ese cauce orillamos, tendemos nuestras carpas a la espera de una visita definitiva e inesperada. Cruzamos miradas y aguzamos el oído, mi vecino es parte de mi búsqueda, y nos sentamos a compartir un mate. Cada palabra se gusta como se gusta la yerba de la infusión, y en el reconocimiento de una duda y una consigna comunes, nos encontramos en la travesía que no conoce distancias, sino tan sólo abismos y alturas. Las inquietudes se hacen mundo en el habla que nos comunica; la ansiedad y la angustia, la tristeza y la alegría, la esperanza y la desesperación, la vida pasa de mano en mano, de boca en boca, como el pan que compartiera alguna vez un Cristo. Bebemos la sangre ajena, comemos la carne extraña, y las sabemos propias. Comulgamos. Somos uno y distintos a la vez, y el tiempo se nos regala sin miramientos. Todo (nos) es dado... y no hesitamos en acoger el presente generosamente prodigado.
Y sin embargo, estoy llamado a suscitar aquello que no puede ser jamás suscitado; estoy destinado a promocionar aquello que jamás podrá ser promocionado. Soy filósofo. Mi palabra debe despertar el encuentro... encuentro que sólo puede despertar el silencio. Estoy condenado a hablar, a preguntar, a cuestionar, a encerrar en un espacio a mis congéneres para compartir la misma sangre, como hermanos, como compañeros de un viaje interminable. Estoy condenado a hacerme hombre en un sitio donde aún no nos sabemos humanos, ni yo ni los otros. Expulsados de la humanidad, exiliados de nuestra existencia, nos sentamos en un aula para volver del desentierro... sin ser llamados, golpeamos la puerta para pedir que nos dejen volver a nuestra patria. ¡Qué paradoja la de llamar sin llamada! Adentro del Castillo –el aula, el taller, la conferencia, el libro-, nos es imposible atravesar la puerta de salida: estamos dentro, exiliados. Sentenciados por la palabra, el silencio se retrasa y rehuye el encierro. No me puedo abrir porque no tengo las llaves de mi existencia, esas llaves que siempre me alcanzará un otro... ese otro que no dejo que se revele, a quien desestimo su expresión callada, a quien hablo y no paro de hablo, a quien pregunto y cuestiono, a quién estorbo como el tábano. Mi profesión es un castigo: mi pena es la cicuta de la palabra, ese veneno que es salud si se disuelve en el silencio. ¿Cómo comunicar la filosofía en el silencio? ¿Cómo armar la tienda a la orilla de un parquímetro? Tengo una hora y media para encontrarnos en la vida que se esconde... ¡qué terrible desencuentro! Detrás de las rejas de esta jaula duerme la filosofía... y el domesticador del ave es, a un tiempo, quien quiere dejarla en libertad. Hablo conmigo mismo –escribo a mí mismo-, y el otro (me) sigue esperando. La filosofía es encuentro, y por ello es milagro... ¡Maldito apóstata el mago de la filosofía, quien con ilusiones vanas prestidigita lo asombroso! Mi única esperanza, el sentido último de mi vocación como profesor y escritor de filosofía, es silenciar mi canto, y dejar aparecer el coro de mis hermanos; es quebrar la vara del guía y ser tomado de la mano para caminar en compañía. ¡Qué gran comedia la de quien toma a su cargo la consigna de propiciar un encuentro! El encuentro que por ser tal es filosofía, y que sucede, sin técnicas ni previsiones. El encuentro que es diálogo por ser fluido, por no depender de nadie y ser de todos. Y, sin embargo, aquí estoy, escribiendo, hablando... Y aquí estamos nosotros: (des)encontrándonos...

Martín Grassi, Septiembre de 2012 

lunes, 25 de octubre de 2010

Tristeza (Rodrigo San Martín)

La tristeza es un sentimiento, y como todo sentimiento es algo abstracto, es decir, algo que no podemos ver, algo que no podemos tocar, algo que no podemos oler, oír ni probar. Es algo que podemos sentir. ¿Pero qué significa esto? No creo que nadie pueda definir el verbo sentir o explicar su significado de una forma del todo correcta. Es más, creo que si cada uno intenta decirse para sí mismo qué es sentir, lo encontrará difícil y tengo la certeza de que si incluso pudiéramos definirlo, cada cual tendría su propia interpretación. Sin embargo, aparentemente todos entienden lo mismo, o casi lo mismo, por las palabras “amor”, “angustia”, “felicidad”, “temor”, “miedo”, “pasión”. Es raro pensar en el verdadero significado de cada una de esas palabras, ya que tenemos un entendimiento general de las mismas. Cada palabra se usa para expresar un estado de ánimo o resumir el conjunto de muchos sentimientos. Hay palabras relacionadas con cosas “buenas” y otras con cosas “malas”. Es así como todos podemos tener un entendimiento similar de las palabras. Pero, ¿hasta qué punto podemos decir que la angustia que yo siento es la misma angustia que otro siente? Es probable que yo denomine angustia al conjunto de sentimientos al que otro denomina tristeza. Ambas palabras están relacionadas y probablemente no podamos explicar mediante el uso del lenguaje sus diferencias. De todos modos, mediante el arte, por ejemplo, podemos mostrar lo que sentimos, lo que nos pasa, de una manera diferente. Muchas veces los pintores buscan, mediante su obra, expresar lo que sienten. Y nosotros, al ver su pintura tal vez podamos entenderlo y sumergirnos en sus sentimientos y así poder relacionarlos con los nuestros. De esta forma, yo digo “ese cuadro me genera angustia”.
Pero ¿de dónde surge esta angustia? ¿Por qué todos o casi todos nos sentimos angustiados alguna vez? ¿Será natural en el Hombre sentirla? ¿Será natural en los seres vivos? ¿Será porque sabemos que no vamos hacia ningún lugar?

lunes, 18 de octubre de 2010

Tristeza (Patricio Perkins)

Lo que mejor define para mí la experiencia de la tristeza es el deseo de un bien ausente. Lo extraño de este sentimiento es que se me hace más evidente, cuando consigo lo que quiero. Un examen que tenía que rendir, una fiesta a la que me habían invitado, un trabajo que tenía que hacer, cuando los alcanzo, un segundo después de la alegría, ya está la tristeza. La única explicación que le encuentro es que, buscando lo que quería buscar, lo que necesitaba, había otra necesidad que iba por debajo, una necesidad más grande que no se vio satisfecha con el logro. Como si la tristeza fuese el eco en mi alma de la desproporción entre lo que quiero y lo que obtengo. En este sentido, me parece la tristeza como un reenvío, como la respuesta de mi afecto al hecho de que las cosas no me bastan así como son y, por ende, reenvían a Otro.

A estos hombres tristes... (Federico Gamba)

Nos agarra, nos atrapa, nos sumerge en dudas, nos pone a pruebas inmensas, nos provoca estruendos vortiginosos, nos pone limites, nos asusta, nos reprime, vive, actúa, límita, siente, nos llena el alma, provoca, contagia, se convierte en tinta, se convierte en papel, en palabras, en melodías, en culpas, en errores, en acciones. Es éfimera, es eterna, agoniza, emociona, brota, espera, nos llama, nos busca, la buscamos, nos encuentra, la encontramos. A veces hasta la queremos, la odiamos, nos acompaña, la acompañamos, la entregamos, la recibimos.

¿Por qué vivimos con ella? ¿Por qué viven con ella? ¿Por qué se transimte? ¿Por qué se siente? ¿Qué provoca? ¿No tiene fín?

Cuando la sentimos cerca recurrimos a obstaculizarla o negarla, o tratamos de vencerla rápidamente. ¿Verdaderamente es un vacio?

En ese vacio tratamos de decifrar qué es, porqué nos entristezemos con ella. No sabemos su significado ni entedemos a veces porque la sentimos. Tenemos que jugar con ella. Interpretarla, descifrarla, vivirla, opacarla.

Nos envuelve en una vorágine, nos pone a prueba, nos hace aprender, nos enseña a caminar.

Pero así también nos tira pa atrás, nos encandila, esta en nosotros saber apagarla.

Es parte del todo, del hombre, de cada sentimiento, el estar triste, el sentir tristeza, el vivir con tristeza.

El hombre es triste si no sabe gozar de la felicidad, y asi mismo contagiarla con uno, con dos, con todos.

Tristeza: fondo y superficie (Martín Grassi)

En el fondo de uno mismo... ¿en el fondo? ¿qué fondo? ¿cuál es el fondo de uno mismo? ¿Acaso alguna vez alguien lo ha asido? ¿Acaso alguien ha acariciado lo que debajo de la piel yace? ¿A qué fondo nos referimos? ¿Y a qué nos referimos respecto a lo que no es fondo? Pues si hay un fondo, debe haber una superficie. Es cierto que solemos hablar de fondo y de superficie cuando hay en nosotros una jerarquía o diversidad de estratos que presentan los unos respecto a los otros la propiedad de la autenticidad. Así, cuando uno, por ejemplo, se arrepiente de algo, alega que en el fondo uno no ha querido infligir el mal que ha causado. Uno podría pensar que hay aquí una especie de mentira o excusa de su propia acción, y que el recurso a un fondo no es más que un modo de no hacerse responsable de sus propios actos. Ciertamente, muchas son las veces que recurrimos a un fondo para no hacer frente al acto realizado. Sin embargo, este recurso es esencialmente de tipo dialéctico, pues así como puede llevar a la máxima indiferencia respecto a uno mismo como actor de su propia vida, así también puede llevar a la máxima de las tomas de posición de sí. Es decir, cuando uno recurre al fondo, o bien se excusa o bien afirma que uno mismo se ha traicionado a sí mismo, es decir, reconoce que no es propio de él haber actuado de tal manera. Así, el recurso al fondo es, a la vez e indisociablemente, un camino hacia la inautenticidad y uno hacia la autenticidad.
A mi modo de ver es la tristeza el síntoma más elocuente de la falta de autenticidad del existente, siempre y cuando entendamos a la tristeza en su matriz metafísica. Me animo a definir la tristeza como el sentirse ajeno a uno mismo, es decir, a la atestación negativa de uno mismo: yo no soy lo que soy. Pero, a la vez, la tristeza supone la conciencia del ser propio de uno mismo, gracias a la cual denunciamos la alienación de sí mismo, es decir, supone la atestación positiva de uno mismo: yo no soy lo que soy. La tristeza como denuncia de la alienación de sí mismo, me parece ser la transposición vital de la paradoja que yace en la existencia humana: yo soy lo que no soy y no soy lo que soy. En esta paradoja, me parece, se encuentra la clave de una existencia que es siempre búsqueda de sí mismo y destino incierto pero cierto de ser uno mismo. Todos nuestros actos, entonces, se tiñen de tristeza en tanto que son incapaces de alcanzar ese fondo que se revela siempre en la superficie, y que le da su sentido como tal. Habría que detenernos un momento, al menos, para señalar dos posibles actitudes respecto a la dialéctica fondo-superficie: o bien hay un fondo que se manifiesta en la superficie y que intentamos alcanzar con la seguridad de quien puede, al final, alcanzarlo (lo propio de la esperanza), o bien se denuncia ese fondo como algo ilusorio que construimos para nuestro consuelo pero que en realidad no es tal, afirmando el absoluto sin-sentido de la existencia (lo cual es propio de la desesperación). La tristeza sería una especie de enclave de estas dos posibilidades fundamentales del hombre, y habría que ahondar sobre las implicancias mismas de estas posibilidades a la luz de las experiencias más significativas de la existencia humana, como la del amor-odio.
Caminantes en este valle de lágrimas, ¿podremos estar atentos al llamado que viene de nuestras entrañas, como la del hijo que en nuestro seno habita y que trae consigo el nombre que tanto anhelamos, el nombre propio?

martes, 17 de agosto de 2010

La superioridad del hombre (Rodrigo San Martín)

La superioridad del Hombre

El planeta en el que vivimos está plagado de seres vivos, tan vivos como cualquiera de nosotros. A lo largo de los años el Hombre ha necesitado a estos seres, y en cierto punto, ellos también han necesitado al Hombre. La vida de un ser depende de la supervivencia. Para sobrevivir hay que adaptarse al entorno. Para adaptarse el ser debe utilizar los recursos que encuentra en sí mismo y a su alrededor. El Hombre cuenta con un recurso distintivo al resto de los animales: la inteligencia. La inteligencia es aquella capacidad de entender o comprender algo, la capacidad que le permite al Hombre resolver problemas, conocer y demás. Es cierto, el Hombre cuenta con esta especie de superioridad con respecto a los animales. El Hombre utiliza este recurso que encuentra en sí mismo para sobrevivir, se vuelve más fuerte y hábil que los animales mediante el uso de su inteligencia. Los animales en su gran mayoría cuentan con algún grado de inteligencia, pero ninguno cuenta con una inteligencia tan desarrollada como el ser humano. El Hombre es capaz de matar a un león mediante el uso de un arma de fuego, un palo, una piedra, una trampa. Pero físicamente el león es más fuerte que el Hombre. De no ser por el uso de la inteligencia, el león fácilmente podría matar al Hombre. Mediante este razonamiento podríamos concluir en que el Hombre es superior a los animales por el mero hecho de ser inteligentes. Pero a su vez podemos verlo desde muchos otros puntos. Las aves poseen alas que les permiten volar. El Hombre no posee esas alas, y sin embargo también puede volar. Los peces poseen branquias que les permiten respirar bajo el agua. El Hombre no las posee, y sin embargo puede pasar horas sumergido bajo el agua. ¿Es natural que el Hombre haga estas cosas? Para volar o para permanecer sumergido por un largo rato, el Hombre requiere de ciertos instrumentos especiales, mientras que las aves o los peces tan sólo utilizan su cuerpo. De todos modos, no puedo decir que no es natural, ya que esas ideas surgen de la cabeza de las personas, nadie ni nada nos ayudó. En mi opinión, el Hombre es superior a los seres vivos del planeta Tierra. Su inteligencia desarrollada genera eso. Donde se complica el razonamiento es cuando hablamos de los seres del Universo. ¿Cómo podemos considerarnos superiores a algo que no conocemos? El Hombre no conoce absolutamente nada de este Universo más que el planeta en el que habita y la localización de ciertos astros. Sin embargo, los seres humanos en su mayoría se consideran superiores a todos los seres del Universo. El Hombre se considera más importante, se considera el centro en el que radica el Todo. Todo está hecho para los Hombres del pequeño e insignificante planeta Tierra. Un planeta en el que habitan seres vivos, millones de seres vivos. Sin embargo, el Hombre se considera más importante que todos esos seres vivos. El Hombre al ser superior se considera mejor, se considera especial. Somos iguales a todos los demás, sólo que contamos con una inteligencia más desarrollada. Los perros tienen dos ojos, dos orejas, una boca, una lengua, se reproducen del mismo modo. Somos iguales. Tenemos el mismo instinto de supervivencia que todos los animales. Si nos encontramos frente a una amenaza tendemos a escapar. De todos modos, opino que la similitud más clara y más dura es la siguiente: todos los seres vivos mueren. Todos los seres perecen. Al fin y al cabo el ser vivo deja de serlo para convertirse en nada, en algo que fue. Sin embargo al sentirse más importantes y especiales, los seres humanos en su mayoría consideran que no son algo que alguna vez fue, sino que son algo que serán.

domingo, 6 de junio de 2010

La verdad (Rodrigo San Martín)

Tras revisar el diccionario de la Real Academia Española y buscar la palabra verdad me encontré con una serie de definiciones diferentes por lo general sin ningún tipo de conexión unas con otras. De todos modos hubo una que me llamo más la atención: “Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente”. En mi opinión esta es la definición más común para la palabra verdad. Algo que es así y no se puede refutar. Ahora, las palabras en sí son un invento del hombre, un invento probablemente inevitable. Cada palabra tiene su significado. Uno podría cuestionar porque cada palabra significa lo que significa, pero no serviría de mucho, ya que la razón por la que existen es para comunicarnos, y se construyen o en su momento construyeron por consenso. Pero como bien sabemos no hubo una única persona que comenzó a enseñar a hablar con palabras. En las miles de culturas diferente desplegadas por el mundo, todas, o al menos su gran mayoría, se comunicaban mediante un lenguaje. Es difícil de imaginar como lograron comenzar a transmitir lo que sentían, ya que al ser algo abstracto es difícil de representar. La palabra verdad es eso, algo abstracto, pero su significado es muy abarcativo. La verdad puede ser tomada desde puntos de vista muy diferentes. Por un lado, podríamos decir que hay cosas que son verdad, como por ejemplo 2 más 2 es cuatro. Pero al mismo tiempo podríamos cuestionar el por qué de eso. Quien dice qué significa 2, qué significa más o qué significa cuatro. Pero así uno nunca podría llegar a un resultado final. Por otro lado podemos ver la palabra verdad como algo que nos dice que existen cosas incuestionables. Este es el lado que a mí más me interesa tratar. Supongamos el caso de un hombre que dice que es verdad que los animales razonan. Un científico podría contraponerse y decirle que no es cierto, que tras cientos de estudios se demuestra que los animales no razonan o no pueden hacerlo. ¿Quién es aquí el portador de la verdad? No lo sabemos. Podemos decir que es más lógico creer en lo que dice el científico; pero no podemos saber que lo que él dice es cierto. La verdad puede ser objetiva o subjetiva. En este caso estaríamos hablando de un caso de verdad subjetiva. Cada sujeto tiene su propia verdad. ¿Pero qué pasa si hay algo que nadie se cuestiona? Un hombre pelado sabe que es pelado y todo el que lo vea sabrá que es pelado. En ese caso, ¿no debería ser la única verdad posible que el hombre sea pelado? De todos modos, puede que haya un hombre ciego que no pueda ratificar mediante la vista si el hombre es o no pelado, y tras tocarlo con la mano creer que está tocando otra superficie. Esa persona no sabrá si es verdad o no que el hombre es pelado. Ese hombre puede pensar que su verdad es más verdad que la de los demás. Por más cierto que algo parezca, siempre puede haber un caso de contradicción o alguien que crea lo contrario. Pero debemos manejarnos por consenso para que no sea un gran caos el vivir en sociedad. Si todos vemos al hombre y claramente nos damos cuenta de que es pelado no dudaremos de que así sea. A su vez puede que el tema en cuestión sea algo más abstracto, tal es el caso de lo que pasa después de la muerte, o si existe o no existe un ser todopoderoso, o cual religión es la más real. No sabemos si alguna vez podamos saber qué es lo más cierto. Cada uno tiene su propia verdad y la forma a través de las experiencias propias. Yo puedo creer que muero y vuelvo a vivir y en ese lapso haber visto una luz y por ende creer que la verdad es que después de la muerte hay una luz y entonces predicar la religión cristiana ya que también me pareció ver la cara de Jesús. En ese caso yo voy a estar seguro de que lo que creo es así, y nadie podrá negármelo. En mi opinión cada uno tiene su verdad, la cual puede ser compartida por muchos o no. Y es por esto que dudo del real significado de la palabra verdad y me cuestiono si es posible que exista algo como tal.