lunes, 25 de octubre de 2010

Tristeza (Rodrigo San Martín)

La tristeza es un sentimiento, y como todo sentimiento es algo abstracto, es decir, algo que no podemos ver, algo que no podemos tocar, algo que no podemos oler, oír ni probar. Es algo que podemos sentir. ¿Pero qué significa esto? No creo que nadie pueda definir el verbo sentir o explicar su significado de una forma del todo correcta. Es más, creo que si cada uno intenta decirse para sí mismo qué es sentir, lo encontrará difícil y tengo la certeza de que si incluso pudiéramos definirlo, cada cual tendría su propia interpretación. Sin embargo, aparentemente todos entienden lo mismo, o casi lo mismo, por las palabras “amor”, “angustia”, “felicidad”, “temor”, “miedo”, “pasión”. Es raro pensar en el verdadero significado de cada una de esas palabras, ya que tenemos un entendimiento general de las mismas. Cada palabra se usa para expresar un estado de ánimo o resumir el conjunto de muchos sentimientos. Hay palabras relacionadas con cosas “buenas” y otras con cosas “malas”. Es así como todos podemos tener un entendimiento similar de las palabras. Pero, ¿hasta qué punto podemos decir que la angustia que yo siento es la misma angustia que otro siente? Es probable que yo denomine angustia al conjunto de sentimientos al que otro denomina tristeza. Ambas palabras están relacionadas y probablemente no podamos explicar mediante el uso del lenguaje sus diferencias. De todos modos, mediante el arte, por ejemplo, podemos mostrar lo que sentimos, lo que nos pasa, de una manera diferente. Muchas veces los pintores buscan, mediante su obra, expresar lo que sienten. Y nosotros, al ver su pintura tal vez podamos entenderlo y sumergirnos en sus sentimientos y así poder relacionarlos con los nuestros. De esta forma, yo digo “ese cuadro me genera angustia”.
Pero ¿de dónde surge esta angustia? ¿Por qué todos o casi todos nos sentimos angustiados alguna vez? ¿Será natural en el Hombre sentirla? ¿Será natural en los seres vivos? ¿Será porque sabemos que no vamos hacia ningún lugar?

lunes, 18 de octubre de 2010

Tristeza (Patricio Perkins)

Lo que mejor define para mí la experiencia de la tristeza es el deseo de un bien ausente. Lo extraño de este sentimiento es que se me hace más evidente, cuando consigo lo que quiero. Un examen que tenía que rendir, una fiesta a la que me habían invitado, un trabajo que tenía que hacer, cuando los alcanzo, un segundo después de la alegría, ya está la tristeza. La única explicación que le encuentro es que, buscando lo que quería buscar, lo que necesitaba, había otra necesidad que iba por debajo, una necesidad más grande que no se vio satisfecha con el logro. Como si la tristeza fuese el eco en mi alma de la desproporción entre lo que quiero y lo que obtengo. En este sentido, me parece la tristeza como un reenvío, como la respuesta de mi afecto al hecho de que las cosas no me bastan así como son y, por ende, reenvían a Otro.

A estos hombres tristes... (Federico Gamba)

Nos agarra, nos atrapa, nos sumerge en dudas, nos pone a pruebas inmensas, nos provoca estruendos vortiginosos, nos pone limites, nos asusta, nos reprime, vive, actúa, límita, siente, nos llena el alma, provoca, contagia, se convierte en tinta, se convierte en papel, en palabras, en melodías, en culpas, en errores, en acciones. Es éfimera, es eterna, agoniza, emociona, brota, espera, nos llama, nos busca, la buscamos, nos encuentra, la encontramos. A veces hasta la queremos, la odiamos, nos acompaña, la acompañamos, la entregamos, la recibimos.

¿Por qué vivimos con ella? ¿Por qué viven con ella? ¿Por qué se transimte? ¿Por qué se siente? ¿Qué provoca? ¿No tiene fín?

Cuando la sentimos cerca recurrimos a obstaculizarla o negarla, o tratamos de vencerla rápidamente. ¿Verdaderamente es un vacio?

En ese vacio tratamos de decifrar qué es, porqué nos entristezemos con ella. No sabemos su significado ni entedemos a veces porque la sentimos. Tenemos que jugar con ella. Interpretarla, descifrarla, vivirla, opacarla.

Nos envuelve en una vorágine, nos pone a prueba, nos hace aprender, nos enseña a caminar.

Pero así también nos tira pa atrás, nos encandila, esta en nosotros saber apagarla.

Es parte del todo, del hombre, de cada sentimiento, el estar triste, el sentir tristeza, el vivir con tristeza.

El hombre es triste si no sabe gozar de la felicidad, y asi mismo contagiarla con uno, con dos, con todos.

Tristeza: fondo y superficie (Martín Grassi)

En el fondo de uno mismo... ¿en el fondo? ¿qué fondo? ¿cuál es el fondo de uno mismo? ¿Acaso alguna vez alguien lo ha asido? ¿Acaso alguien ha acariciado lo que debajo de la piel yace? ¿A qué fondo nos referimos? ¿Y a qué nos referimos respecto a lo que no es fondo? Pues si hay un fondo, debe haber una superficie. Es cierto que solemos hablar de fondo y de superficie cuando hay en nosotros una jerarquía o diversidad de estratos que presentan los unos respecto a los otros la propiedad de la autenticidad. Así, cuando uno, por ejemplo, se arrepiente de algo, alega que en el fondo uno no ha querido infligir el mal que ha causado. Uno podría pensar que hay aquí una especie de mentira o excusa de su propia acción, y que el recurso a un fondo no es más que un modo de no hacerse responsable de sus propios actos. Ciertamente, muchas son las veces que recurrimos a un fondo para no hacer frente al acto realizado. Sin embargo, este recurso es esencialmente de tipo dialéctico, pues así como puede llevar a la máxima indiferencia respecto a uno mismo como actor de su propia vida, así también puede llevar a la máxima de las tomas de posición de sí. Es decir, cuando uno recurre al fondo, o bien se excusa o bien afirma que uno mismo se ha traicionado a sí mismo, es decir, reconoce que no es propio de él haber actuado de tal manera. Así, el recurso al fondo es, a la vez e indisociablemente, un camino hacia la inautenticidad y uno hacia la autenticidad.
A mi modo de ver es la tristeza el síntoma más elocuente de la falta de autenticidad del existente, siempre y cuando entendamos a la tristeza en su matriz metafísica. Me animo a definir la tristeza como el sentirse ajeno a uno mismo, es decir, a la atestación negativa de uno mismo: yo no soy lo que soy. Pero, a la vez, la tristeza supone la conciencia del ser propio de uno mismo, gracias a la cual denunciamos la alienación de sí mismo, es decir, supone la atestación positiva de uno mismo: yo no soy lo que soy. La tristeza como denuncia de la alienación de sí mismo, me parece ser la transposición vital de la paradoja que yace en la existencia humana: yo soy lo que no soy y no soy lo que soy. En esta paradoja, me parece, se encuentra la clave de una existencia que es siempre búsqueda de sí mismo y destino incierto pero cierto de ser uno mismo. Todos nuestros actos, entonces, se tiñen de tristeza en tanto que son incapaces de alcanzar ese fondo que se revela siempre en la superficie, y que le da su sentido como tal. Habría que detenernos un momento, al menos, para señalar dos posibles actitudes respecto a la dialéctica fondo-superficie: o bien hay un fondo que se manifiesta en la superficie y que intentamos alcanzar con la seguridad de quien puede, al final, alcanzarlo (lo propio de la esperanza), o bien se denuncia ese fondo como algo ilusorio que construimos para nuestro consuelo pero que en realidad no es tal, afirmando el absoluto sin-sentido de la existencia (lo cual es propio de la desesperación). La tristeza sería una especie de enclave de estas dos posibilidades fundamentales del hombre, y habría que ahondar sobre las implicancias mismas de estas posibilidades a la luz de las experiencias más significativas de la existencia humana, como la del amor-odio.
Caminantes en este valle de lágrimas, ¿podremos estar atentos al llamado que viene de nuestras entrañas, como la del hijo que en nuestro seno habita y que trae consigo el nombre que tanto anhelamos, el nombre propio?