lunes, 18 de octubre de 2010

Tristeza: fondo y superficie (Martín Grassi)

En el fondo de uno mismo... ¿en el fondo? ¿qué fondo? ¿cuál es el fondo de uno mismo? ¿Acaso alguna vez alguien lo ha asido? ¿Acaso alguien ha acariciado lo que debajo de la piel yace? ¿A qué fondo nos referimos? ¿Y a qué nos referimos respecto a lo que no es fondo? Pues si hay un fondo, debe haber una superficie. Es cierto que solemos hablar de fondo y de superficie cuando hay en nosotros una jerarquía o diversidad de estratos que presentan los unos respecto a los otros la propiedad de la autenticidad. Así, cuando uno, por ejemplo, se arrepiente de algo, alega que en el fondo uno no ha querido infligir el mal que ha causado. Uno podría pensar que hay aquí una especie de mentira o excusa de su propia acción, y que el recurso a un fondo no es más que un modo de no hacerse responsable de sus propios actos. Ciertamente, muchas son las veces que recurrimos a un fondo para no hacer frente al acto realizado. Sin embargo, este recurso es esencialmente de tipo dialéctico, pues así como puede llevar a la máxima indiferencia respecto a uno mismo como actor de su propia vida, así también puede llevar a la máxima de las tomas de posición de sí. Es decir, cuando uno recurre al fondo, o bien se excusa o bien afirma que uno mismo se ha traicionado a sí mismo, es decir, reconoce que no es propio de él haber actuado de tal manera. Así, el recurso al fondo es, a la vez e indisociablemente, un camino hacia la inautenticidad y uno hacia la autenticidad.
A mi modo de ver es la tristeza el síntoma más elocuente de la falta de autenticidad del existente, siempre y cuando entendamos a la tristeza en su matriz metafísica. Me animo a definir la tristeza como el sentirse ajeno a uno mismo, es decir, a la atestación negativa de uno mismo: yo no soy lo que soy. Pero, a la vez, la tristeza supone la conciencia del ser propio de uno mismo, gracias a la cual denunciamos la alienación de sí mismo, es decir, supone la atestación positiva de uno mismo: yo no soy lo que soy. La tristeza como denuncia de la alienación de sí mismo, me parece ser la transposición vital de la paradoja que yace en la existencia humana: yo soy lo que no soy y no soy lo que soy. En esta paradoja, me parece, se encuentra la clave de una existencia que es siempre búsqueda de sí mismo y destino incierto pero cierto de ser uno mismo. Todos nuestros actos, entonces, se tiñen de tristeza en tanto que son incapaces de alcanzar ese fondo que se revela siempre en la superficie, y que le da su sentido como tal. Habría que detenernos un momento, al menos, para señalar dos posibles actitudes respecto a la dialéctica fondo-superficie: o bien hay un fondo que se manifiesta en la superficie y que intentamos alcanzar con la seguridad de quien puede, al final, alcanzarlo (lo propio de la esperanza), o bien se denuncia ese fondo como algo ilusorio que construimos para nuestro consuelo pero que en realidad no es tal, afirmando el absoluto sin-sentido de la existencia (lo cual es propio de la desesperación). La tristeza sería una especie de enclave de estas dos posibilidades fundamentales del hombre, y habría que ahondar sobre las implicancias mismas de estas posibilidades a la luz de las experiencias más significativas de la existencia humana, como la del amor-odio.
Caminantes en este valle de lágrimas, ¿podremos estar atentos al llamado que viene de nuestras entrañas, como la del hijo que en nuestro seno habita y que trae consigo el nombre que tanto anhelamos, el nombre propio?

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