lunes, 29 de marzo de 2010

Introducción a los sábados filosóficos

Como breve presentación de los encuentros, me veo obligado a subrayar las condiciones o las reglas propias: la primera y principal es pensar, y aquí pensar significa tomarse el tiempo que sea necesario para sitiar y asediar una cuestión hasta que podamos -si es posible- tomarla y conquistarla, hasta que haya rendido toda su luz a nuestra inteligencia. La segunda, y no por eso menos importante, es escuchar, y aquí escuchar también significa tomarse el tiempo de atender a lo que los otros quieran decir, sin precipitar ni adelantar en nada las posibles consecuencias que se derivan de un planteo ajeno. Escuchar es abrirse al mundo que se abre en el horizonte del otro, un mundo con una paleta propia, con sus propios matices. La tercera regla, es la de no citar a ninguna autoridad filosófica cuando se debate, para que no caigamos en una mera discusión de escuelas ni tampoco eludamos pensar la cuestión refugiándonos en grandes nombres, como si dijeramos que una cuestión está resuelta porque tal pibe (y si los filósofos fueron pibes también) dijo tal cosa al respecto. Y la cuarta y última regla es permanecer siempre como esos niños-adolescentes que saltan con pasión inusitada sobre los problemas y las preguntas que más importan al hombre y que después son empañadas por las arrugas de la preocupación cotidiana de un mundo que ya nació viejo y que no conoce nada del arrebato sano de la filosofía y del arte. Ahora sí, ¡a filosofar!

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